El soldadito que adoraba cantar

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El soldadito que adoraba cantar

El cuento de El soldadito que adoraba cantar

En el Reino de las Nubes, un lugar dónde el sol no se oculta de noche y donde todas y cada una de las fantasías se hacen realidad, vivía Felipe, un soldadito de plomo al que le encantaba cantarle a los pequeños.
Felipe pasaba horas y horas entonando hermosas armonías para los pequeños de su reino. Sus cantos invadían todas y cada una de las casas y de esta forma los chicos podían gozar de esa música tan singular que entonaba. Era una armonía tan preciosa que hacía que los bebés dejasen de plañir y durmiesen plácidamente.
Todo iba magníficamente hasta el momento en que un día llegó al Reino de las Nubes, en forma de sombra, un Hechicero con cara de sapo disgustado. Tenía un traje color violeta que le llegaba hasta la punta de los zapatos y estaba lleno de lentejuelas con brillos negros. Tenía una nariz larguísima y finita que acababa como un cono gigante de helado y unos ojos saltones que le daban un aspecto temible.
El mago cara de sapo se llamaba Antón y venía de un lejano planeta llamado el Planeta de las Sombras. No tenía pinta de tener ninguna buena pretensión y cuando los pequeños del reino lo vieron se encerraron en sus casas por temor a que les hiciese algo malo.
Una mañana se presentó el Mago Antón frente al soldadito.
– Hola soldadito. Han llegado hasta mi Reino noticias sobre tus increíbles armonías y deseaba solicitarte un favor fundamental…
El soldadito había oído a el resto pequeños sospechar del mago por su aspecto lúgubre y tuvo temor de que tratase de engañarlo mas vio en sus ojos algo que le hizo meditar que de veras precisaba su ayuda.
– Dígame señor mago. ¿Qué puedo hacer yo por ?
– Los pequeños enfermos de mi reino precisan de tus canciones para progresar. ¿Podrías venir conmigo? Por favor es esencial…
-¡Evidentemente que sí! Estoy convencido de que con ciertas armonías singulares que tengo guardadas los pequeños se van a poner realmente bien.
Al día después el Reino de las Nubes se despertó en silencio. Felipe no estaba allá para cantar sus armonías como siempre y en todo momento hacía y los pequeños comenzaron a preocuparse pensando que algo debía haberle ocurrido a Felipe a fin de que no entonara sus canciones. Conque decidieron ir a ver a la poderosa Hada de los juguetes.
El Hada sospechó enseguida que el mago Antón había raptado a Felipe, con lo que le afirmó a los pequeños que no se preocuparan y se fue directa al lejano Planeta de las Sombras de donde procedía el hechicero.
Mas al llegar al Reino de Antón, el Hada no podía opinar lo que veían sus ojos. Felipe se hallaba cantando canciones para el centro de salud donde los pequeños enfermos de ese reino aguardaban curarse para volver a sus casas.
– Mago Antón, solo puedo solicitarte que me excuses. Venía acá presta a llevarme a Felipe mas creo que todos y cada uno de los habitantes del Reino de las Nubes nos hemos equivocado contigo. No eres un mago desalmado, sino más bien un mago verdaderamente bueno.
– No debes excusarte hada – afirmó con una tímida sonrisa – en ocasiones mi aspecto hace que la gente crea que soy desalmado cuando no lo soy. Conque apacible, estás perdonada.
Felipe decidió quedarse el tiempo que fuera preciso en el reino de Antón para de esta manera poder asistir a todos y cada uno de los pequeños enfermos, al paso que el hada retornó al Reino de las Nubes, donde contó a todos y cada uno de los pequeños lo equivocados que habían estado con Antón y cuál era desde ese momento el nuevo oficio de Felipe, el soldadito cantor.

Qué aprendimos del cuento El soldadito que adoraba cantar

Este cuento nos recuerda que las apariencias engañan, y si nos dejamos llevar con lo que una persona pueda parecer por su aspecto, probablemente nos confundamos. Es lo que le ocurre al Hada y asimismo al resto de los pequeños con el mago Antón, que por su aspecto piensan que ha llegado allá para urdir algún plan desalmado. Mas por último sabemos que es todo lo opuesto.
Por otra parte, el cuento nos da 2 bonitas lecciones más: nos enseña por una parte lo bueno que es asistir a quienes más lo precisan y por otro nos recuerda que la relevancia de saber disculpar a el resto si bien no se hayan portado bien con nosotros.

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