El enanito cuenta chistes

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El enanito cuenta chistes

El cuento de El enanito cuenta chistes

Graco era un enanito cuenta rechistes sin demasiado éxito. El pobre enanito se esmeraba por contar rechistes entretenidos, mas jamás lograba hacer reír a la gente. Sus rechistes eran tan malos que la gente le siseaba y le tiraba tomates.
Graco recorría el planeta para ganarse la vida, con su traje de payaso y su sonrisa. Mas cada vez tenía menos trabajo. La fama que le habían generado sus rechistes malos había traspasado fronteras y ya prácticamente absolutamente nadie deseaba contratarlo.
Al comienzo, a Graco no le afectaban las mofas, mas poquito a poco comenzó a sentirse cada vez más triste, y acabó de perder la poquita gracia que le quedaba.
Cuando Graco se quedó sin gracia dejó de tener trabajo como cuenta rechistes. Y sin trabajo dejó de tener dinero, conque debió lanzarse a buscar cualquier otro trabajo. Mas Graco tenía una cara tan triste que absolutamente nadie deseaba contratarlo.
Graco estaba agobiado. No sabía qué hacer, y se echó a plañir en la mitad de la calle. Un señor que pasaba por allá lo vio y le preguntó:
– ¿Qué te pasa, pequeño enanito? ¿Por qué razón lloras?
– Absolutamente nadie desea contratar a un enanito cuenta rechistes sin gracia, ni tan siquiera para fregar el suelo -respondió Graco.
– ¿Sabes contar rechistes? -preguntó el señor.
– Sé muchos rechistes, mas afirman que no tienen ninguna gracia -respondió el enanito.
– Bueno, eso depende de de qué forma los cuentes -le afirmó el señor -. Como esa cara de seta que pones no me extraña que no se ría absolutamente nadie.
Graco se quedó de piedra cuando el señor le afirmó aquello, mas enseguida arrancó a reír.
– Jajaja, ¡qué cosas tiene ! -afirmó Graco entre risas y lloros-. Cara de seta, afirma, qué jocoso ha sido eso.
El enanito y el señor comenzaron a reírse juntos y tras un rato de risas el señor le afirmó a Graco que, si deseaba, podía ir con él a ver si le daban trabajo en el sitio donde trabajaba. El enanito admitió agradecido.
Cuando llegaron al sitio donde trabajaba el señor, Graco descubrió que era una residencia de jubilados.
– En esta vivienda viven muchos viejecitos que están realmente tristes -afirmó el señor-. Jamás les vienen a ver, y se sienten solísimos.
– Mas, ¿y qué puedo hacer acá? -preguntó el enanito al señor.
– Puedes hacerles compañía. Habla con ellos y hazles reír -respondió el señor.
– Mas si no tengo gracia -afirmó Graco-. ¿Ya no recuerda? Se sentirán más tristes aún.
– ¿Por qué razón afirmas eso? -afirmó el señor-. ¿Ya no recuerdas de lo mucho que terminamos de reírnos? Lo único que precisas para hacer gracia es aprender a reírte de tus rechistes y de ti.
– Mas, ¿de qué forma lo hago?
– Déjate llevar y no lo pienses tanto. Solo debes ser mismo. Considera que tu trabajo consiste en acompañar a estas personas, y esmérate en ello. Solo eso.
– Esta bien, lo voy a hacer. Mil gracias.
-¡Ah! Una cosas más, enanito. Te daré una indumentaria un tanto más normal. Con esa pinta de payaso que llevas… lo mismo no te toman de verdad.
– Jajaja, claro. ¡Qué jocoso es !
Graco hizo lo que le solicitó el señor. Se puso ropa normal y se aproximó a un conjunto de personas que estaban sentadas en torno a una mesa sin hacer ni decir nada. Para su sorpresa todos sonrieron al verlo llegar. El enanito, que no comprendía nada, se puso a mirar cara atrás, buscando el motivo de aquellas risas.
Los ancianos comenzaron a reírse, pues no comprendían nada, mas les resultaba muy ameno ver a aquel enanito buscando algo que no había.
– Ven, acércate -afirmó uno de los ancianos.
– ¿Quién, ? -afirmó Graco.
– Sí, , el de la cara de estúpido despistado -afirmó el anciano entre risas.
– Jajaja, qué jocoso -afirmó el enanito-. Sonrisa de estúpido despistado, afirma. De bobo alocado, diría yo.
– Pequeño granuja, hay que ver qué cojo eres -afirmó una señora que, de pronto, se había animado con la visita del enanito.
De esta manera fue como Graco se ganó la confianza de aquellos ancianos, con los que se rió a lo largo de horas haciendo rechistes y gracias improvisadas.
Merced a Graco, los ancianos de aquella vivienda comenzaron a estar más alegres y a sentirse menos solos. Se levantaban con alegría, paseaban y bailaban con él, y comenzaron a ser más felices.
Y de esta forma fue como Graco, el enanito cuenta rechistes, aparte de hallar un sitio donde vivir, halló asimismo la dicha haciendo lo que más le gustaba: entretener y hacer felices a el resto.

Qué aprendimos del cuento El enanito cuenta chistes

La historia de Graco nos cuenta lo esencial que es que aprendamos a opinar en lo que hacemos, sin dejarnos llevar por las creencias del resto. En el instante en que lo hace, descubre lo jocoso que puede ser, y lo mucho que puede asistir a el resto con esa capacidad que tiene para hacer reír a la gente. Nos prueba de qué manera podemos usar lo mejor de nosotros para asistir a el resto.

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