El Reino de los caramelos

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El Reino de los caramelos

El cuento de El Reino de los caramelos

Érase una vez un reino dominado por un rey que había mandado edificar todo con chucherías, caramelos y gominolas. Todo era de colores y olía tan bien que todos y cada uno de los habitantes siempre y en todo momento estaban felices y sonrientes.
En el Reino de los caramelos había una regla inquebrantable: absolutamente nadie podía comer más de una chuchería al día por el hecho de que en caso contrario el reino se transformaría en un sitio obscuro.
– ¡Recordad queridos habitantes! Jamás comáis más de una chuchería al día por el hecho de que eso podría ser peligrosísimo para nuestro reino – afirmaba el rey.
Mas el rey guardaba un enorme secreto. Sabía que si alguien alguna vez comía más gominolas de las debidas, lo que pasaría verdaderamente es que la obscuridad más absoluta se apropiaría del reino y terminarían desapareciendo todas y cada una de las chucherías del planeta por siempre.
A lo largo de muchos años, todos y cada uno de los habitantes fueron obedientes y respetaron las reglas del rey. Jamás absolutamente nadie comió más de una chuchería al día y de esta manera sostenían el reino lleno de colores y dicha.
Mas un día, llegó al reino un pequeño nuevo que era muy travieso y desobediente.
– ¡Ahí va! Todo está repleto de chucherías y gominolas! ¡Comeré todas y cada una de las chucherías que desee!
El rey, que se enteró de que había una familia nueva en el reino, fue a darles la bienvenida y explicarles las normas:
– ¡Bienvenidos a nuestro dulce reino! Espero seáis muy felices acá como lo somos todos y cada uno de los habitantes! Tan solo habéis de saber una regla muy importante: no está tolerado comer más de una chuchería al día puesto que en caso contrario el reino se transformará en un sitio oscurísimo y peligroso para todos.
La familia comprendió a la perfección lo que el rey les había dicho, mas el pequeño travieso ya estaba tramando comer lo que le viniera en gana. Y de esta forma fue.
Ese día comió todas y cada una de las chucherías que deseó sin hacer caso a lo que el rey les había dicho. Comió y comió hasta el momento en que se comenzó a localizar muy mal y poquito a poco vio como le salía barba, como su cuerpo avejentaba, se arrugaba y le salían verrugas.
El rey, que estaba reposadamente en su castillo, miró por la ventana y se amedrentó mucho al ver que todo se estaba transformando:
– ¡Oh no! ¡Alguien ha comido más de una chuchería al día! ¡El reino se está obscureciendo!
El rey descubrió quien había sido el desobediente que se había saltado las reglas y, muy airado, le dijo:
– ¡Mira lo que has logrado! Nuestro reino jamás más va a estar lleno de color y absolutamente nadie va a poder nunca comer chucherías y gominolas!
El pequeño se había transformado en un hechicero desalmado al que le daba igual todo y poquito a poco hizo desaparecer todas y cada una de las chucherías y dulces del planeta.
El rey estaba realmente triste y atemorizado. No sabía qué podía hacer para salvar el planeta hasta el momento en que un día su anciano padre lo vio plañir y le dijo:
– A lo largo de muchos años has cuidado este reino mucho mejor de lo que lo hice . Has sido un buen rey y ha llegado el instante de que te revele un secreto que he guardado siempre y en todo momento y con el que salvarás el planeta.
El rey, muy sorprendido, escuchó atentamente y preguntó a su anciano padre:
– Padre, ¿qué puedo hacer? Voy a hacer todo cuanto pueda por salvar el planeta y recobrar la dicha de todos.
– Hijo, con esta poción vas a poder destruir al mago y hacer que sea de nuevo un pequeño. Mas a cambio deberás jurar que nunca vas a probar una chuchería. Ese es el sacrificio que deberás hacer por este reino.
El rey, sin titubear un segundo, prometió a su padre que haría eso por todos los otros y con ayuda de la pócima mágica pudo derrotar al mago y hacer que fuese de nuevo nuevamente un pequeño.
Cuando el pequeño volvió en sí estaba algo desorientado y no recordaba qué había ocurrido. Cuando el rey se lo explicó todo se dio cuenta de su fallo y prometió que jamás más desacataría las reglas.
Desde ese momento, jamás más faltó color en el planeta y el rey, si bien echaba de menos comer su gominola diaria, fue muy feliz viendo que todos proseguían gozando en su reino.

Qué aprendimos del cuento El Reino de los caramelos

Este cuento pretende que los pequeños comprendan la relevancia de ser obedientes a través del caos que se desata en el Reino de los caramelos cuando el pequeño es exactamente, desobediente.
Además de esto, vemos en la figura del rey un claro ejemplo de bondad y sacrificio. El que hace él para salvar a su reino y hacer que todos sean de nuevo felices nuevamente.

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