La ridícula historia del capitán Barbachunga

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La ridícula historia del capitán Barbachunga

El cuento de La ridícula historia del capitán Barbachunga

Hace un tiempo, cuando los piratas atravesaban los mares haciendo maldades y fechorías, vivió un capitán pirata muy especial llamado Barbachunga. El pirata Barbachunga era conocido por su torpeza en el momento de agredir otros navíos. Sus hombres se reían de él, mas proseguían a su lado pues, pese a ser tan torpe, siempre y en todo momento lograba algún botín.
Mas, ¿de qué forma lograban Barbachunga y sus hombres hacerse con esos tesoros? Puesto que de la manera más estúpida que absolutamente nadie nunca pudo imaginar.
Cuando el vigía veía un navío y los hombres de Barbachunga se disponían a agredir, al capitán le entraba un temor horrible y, en lugar de vocear «al abordaje», tartamudeaba algo similar a «a-a-al abo-po-do-ga-dar-j-j-j-j-eeeeeee».
Aquella escena era impresionantemente graciosa: un capitán tartamudo, 100 piratas procurando poner cara de malos a los que se le escapaba siempre y en toda circunstancia alguna risilla y, mientras, un navío a puntito de ser abordado lleno de gente con cara de sorprendo que no sabía realmente bien si los piratas eran realmente piratas o bien miembros de una compañía de circo. Y, como los que iban a ser atacados no se movían por el hecho de que no sabían si vocear de temor o bien de risa, los piratas de Barbachunga no sabían qué hacer. Y cuando a alguno se le ocurría lanzar algún grito sacando la lengua y blandiendo su espada, como hacen los piratas para amedrentar a los indefensos, a alguien se le escapaba la risa y todo el planeta reventaba en una carcajada. Barbachunga se daba golpes en la frente toda vez que esto pasaba y se sentaba mirando cara abajo con la cabeza entre las piernas abochornado.
En todo caso, el botín siempre y en todo momento llegaba. No se sabe si por compasión, por el hecho de que creían que se trataba de un espectáculo marítimo, o bien por temor a que aquello no fuese más que una maniobra de distracción, los del otro navío siempre y en todo momento le entregaban algún botín al capitán Barbachunga.
Ya confiados, los piratas proseguían el juego de siempre y en toda circunstancia, pues sabían que daba buen resultado. Hasta el momento en que un día se encararon a un navío pirata de veras, mas los de Barbachunga no se dieron cuenta hasta el momento en que fue demasiado tarde.
Y allá estaba Barbachunga, a puntito de tartamudear su grito de ataque. Mas no afirmó nada. El temor horrible que le acostumbraba a recorrer el cuerpo de arriba abajo se transformó en un temblor insostenible que no le dejaba articular palabra. Se quedó paralizado. Absolutamente nadie afirmaba nada.
Entonces, un grumete valiente pensó: “Si no hacemos algo, estos animales nos van a devorar vivos”. Y actuó. Se puso tras el capitán Barbachunga y le murmuró al oído:
– No os preocupéis. Yo me encargo. Dejaos llevar.
Y subiéndose a un barril, cogió desde atrás el brazo con el que Barbachunga blandía la espada y chilló con voz fiera y decidida:
– ¡¡Al abordaaaaaaaajeeeee!!
Los piratas, impresionados por aquel grito inopinado, se llenaron de valor y fiereza y se lanzaron a abordar el otro navío. Ante aquella inopinada reacción, los otros piratas se rindieron.
Mas como los piratas de Barbachunga no estaban habituados a agredir, cuando vieron que los otros se retiraban asustados se comenzaron a sentir culpables y no les birlaron nada. El capitán del navío atacado, agradecido, les dio un buen botín.
Ese día todos entendieron que no servían para ser piratas, y decidieron transformar su navío en un teatro en el que representaban historias amenas. De este modo atravesaron los mares, haciendo reír a la gente y sin asustar a absolutamente nadie jamás más.

Qué aprendimos del cuento La ridícula historia del capitán Barbachunga

Este entretenido cuento nos da un caso de de qué manera el ingenio y el buen humor nos pueden valer para solucionar las situaciones más inverosímiles en las que nos veamos metidos. Lo vemos en la idea del grumete, que mueve la mano de un paralizado Barbachunga tal y como si de una marioneta se tratase.
Por otra parte asimismo nos habla de aceptación en el instante en que nos afirma que los piratas de Barbachunga, al ver que no servían para ser piratas, deciden atravesar los mares haciendo reír a la gente.

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