El Sol y las nubes

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El Sol y las nubes

El cuento de El Sol y las nubes

Hace muchos años, el Sol y las nubes eran amiguísimos. El Sol paseaba por el cielo y las nubes iban de un lado a otro. Cuando se hallaban, jugaban a dar luz y sombra a los pequeños que pasaban por debajo. En ocasiones, cuando las nubes habían bebido mucho agua y ya estaban muy grandes, hacían que lloviese a fin de que los ríos, los árboles y las flores siempre y en toda circunstancia tuviesen agua para vivir.
Al Sol y a las nubes les encantaba caminar sobre el cielo de una aldea que estaba llena de árboles, flores y ríos. El Sol siempre y en todo momento deseaba relucir allá por el hecho de que le encantaba dar luz y calor a todos y cada uno de los pequeños que salían a jugar día tras día y a las nubes les agradaba dar sombra en verano y hacer llover toda vez que tenían mucha agua.
Mas un día, el Sol y las nubes se pelearon por el hecho de que al Sol le agradaba mucho estar en esa aldea y prácticamente jamás dejaba que las nubes se quedasen allá.
– ¡Yo deseo esta aldea para mi solo! Es la que más me agrada de todas y cada una y cuando vosotras venís acá no puedo relucir – afirmó el Sol
Las nubes, realmente tristes, procuraron explicar al Sol que eran precisas a fin de que los árboles tuviesen frutos, las flores creciesen y los ríos tuviesen agua, mas al Sol, que fue muy ególatra, no le importó nada.
– Preguntaremos a los pequeños si os prefieren a vosotras o bien me prefieren a mi. Si son más felices cuando estoy , vosotras no podréis regresar.
Las nubes y el Sol preguntaron a los pequeños y escogieron al Sol pues con él podrían salir todos y cada uno de los días a jugar.
– ¡Mas nosotras somos fundamentales! Sin nosotras los ríos, árboles y flores no tendrían agua. ¡No nos echéis de la aldea! – afirmaron las nubes
Mas los pequeños escogieron que se quedase el Sol y las nubes, poquito a poco, se fueron a otras aldeas y jamás volvieron.
Los pequeños de la aldea salían a jugar día tras día. Siempre y en toda circunstancia estaban contentísimos pues el Sol estaba allá reluciendo y dando poco a poco más calor. Todos y cada uno de los días podían salir de sus casas a divertirse y jugar.
Un día, mientras que jugaban cerca de un bosque, uno de los pequeños se dio cuenta de algo:
– ¡Mirad! ¡Mirad! Estos árboles pierden sus hojas y ya hace mucho que no dan frutos
Los pequeños asimismo se percataron de que ya no había tantas flores y de que el río no tenía prácticamente agua ni tampoco peces. Entonces, se acordaron de lo que las nubes habían dicho y se percataron de que si las nubes no volvían dejarían de tener fruta de los árboles, bonitas flores y agua en los ríos para bañarse y divertirse.
Todos y cada uno de los pequeños fueron a charlar con el Sol para solicitarle que las nubes volviesen. Mas el Sol, muy disgustado, dijo:
-Si vienen las nubes deberé irme a otra aldea y no podréis jugar todos y cada uno de los días pues va a llover mucho.
El Sol proseguía siendo muy ególatra, mas los pequeños le explicaron que la lluvia de las nubes era fundamental y que la aldea cada vez sería más triste pues los ríos, árboles y flores morirían.
El Sol terminó dándose cuenta de que había estado muy equivocado siendo tan ególatra. Con lo que fue a buscar a las nubes a fin de que volviesen a compartir con él los días en aquella aldea y prosiguieran divirtiéndose juntos cuando se encontrasen en el cielo.
Y de esta forma, todos aprendieron que tanto el Sol como las nubes eran precisas a fin de que los pequeños y la aldea, con sus ríos, árboles y flores, fuesen felices.

Qué aprendimos del cuento El Sol y las nubes

Este cuento enseña a los pequeños lo esencial que es que seamos desprendidos y compartamos lo que tenemos con el resto. Lo hace a través del Sol, quien al comienzo es un tanto ególatra pues no desea compartir con las Nubes el cielo de la aldea. Mas quien por último entiende que es mucho mejor compartir lo bueno que tiene con sus amigas las Nubes en vez de gozarlo a solas.

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